27 noviembre 2010

Cosas antiguas.

No recuerdo cual fue la primera, pero con el tiempo he ido juntando cosas que dejaron de cumplir la misión para la que fueron hechas y que ahora decoran rincones del faro, de las escaleras... Un teléfono con un disco que gira para marcar el número al que llamaba, una cámara de fotos que llevaba carrete, una cinta de casete, una hoz, una plancha de hierro...   No se si será cosas de la edad, pero me resisto a sacar de mi vida cosas que me acompañaron, como mi vieja cafetera, que sigue en la cocina, en un rincón, sin hacer café pero haciendo compañía, mirando de reojos a esa otra nueva, eléctrica, de formas diferentes. Yo creo que no la mira con envidia ni le reprocha que la haya sustituido, más bien la mira y la observa, y ve el café que hace, y  aprieta su vieja tapadera como quien aprieta los labios, esperando mi reacción cuando doy el primer sorbo.  Ahora que ha aceptado la realidad mi vieja cafetera me sigue queriendo, y sonríe a escondidas cuando ve que poco a poco ésta nueva va haciendo un café cada vez más de mi agrado.

Entre las cosas antiguas que guardo había un tornillo de esos que se usaban para sujetar los railes del tren a las traviesas de las vías. Me lo encontré una tarde paseando por una estación casi abandonada y me lo traje al faro. Algún día esos tornillos no existirán y a mi me hará feliz mirarlo y recordar los tiempos en que siendo un crío ponía monedas de una peseta en la vía para que el tren las  convirtiera con su peso en un sello de metal.

Esta mañana he vuelto a aquella vieja estación y está abandonada y ruinosa. Ha dejado de ser una estación para ser un edificio semiderruido. Nadie la visita ya, nadie pasea por su andén ni toma café en su cantina. Ni los trenes se paran para que se sienta querida y pasan de largo como si ya no formase parte de sus vidas. Y allí, en la vieja estación, entre los restos de las vías muertas que desmontaron, me he encontrado otro tornillo de aquellos. Me ha impresionado verlo y lo he recogido somo si de un pájaro herido se tratase. Lo ha maltrato  la lluvia, el frió, el calor, el paso de los trenes y del tiempo.

Aquí, en el faro, lo he puesto junto al que ya estaba en un rincón y he visto que el tiempo no perdona, que es un verdugo frío y sin sentimientos que cumple siempre su trabajo.  Duele,algunas veces, ver la realidad, ver que en el fondo todo es temporal. Y yo, que no tengo ya prisas por nada me voy a la cocina y rescato de su jubilación a mi vieja cafetera. Somos viejos: ella, el faro, yo... pero le queda mucho tiempo al tiempo para que nos convierta en pasado.



El viejo farero.

25 noviembre 2010

La ruta de los faros. 12ª etapa.

La lluvia nos ha despertado antes de lo previsto; en la autocaravana el sonido de la lluvia hace que parezca que llueve más de lo que en realidad es. Hemos desayunado con vistas al puerto, al castillo y al faro que a estas horas continúa encendido. Echando un vistazo a la ruta prevista para hoy vemos que el día empieza mal y que el primer faro es más que probable que no podamos verlo.

Hoy el recorrido total es corto, así que al poco de salir de Castro Urdiales nos desviamos un poquito para ver la playa de Oriñón por la que desemboca al  Cantábrico un pequeño río llamado Agüera. La playa es grande y bonita y con la soledad que le otorga el estado del día tiene un aspecto precioso. El tiempo empeora por momentos y Laredo lo pasamos de largo: es imposible pasear por ningún sitio con la que está cayendo.

El primer destino de hoy en realidad es Santoña donde hay dos faros: el del Caballo y el del Pescador. La entrada a este pueblo es a través de una marisma cuyo aspecto varía en función de las mareas. A nosotros nos ha pillado con la alta y más que una marisma parece que estamos atravesando el mismísimo mar.

El faro del Caballo es de recalada al puerto de Santoña y a él se llega caminando por una senda que hoy es imposible. Nos perdemos tanto el verlo como hacer el camino que debe ser precioso, así que nos dirigimos al otro faro que hay en las cercanías del pueblo: el del Pescador.

Tomamos la carretera que bordea el penal del Dueso y que nos lleva a una playa impresionante: la playa de Berria. A su lado, casi en la misma arena, el cementerio de Santoña.

Hace tiempo estuvimos aquí y subimos al faro con el coche; la carretera creo recordar es estrecha y con curvas cerradas, pero no nos vamos a perder dos faros se seguidos, así que comenzamos a subir. En la primera curva tengo que hacer maniobras para poder tomarla; de subir con el coche a hacerlo con este trasto hay un mundo. Ocupa todo el ancho de la carretera y si viniese alguno de frente sería un verdadero problema pues no hay donde echarse a un lado. Son dos kilómetros y medio que se hacen interminables, pero la guinda del pastel nos espera arriba.

El faro del Pescador es un faro sencillo, blanco que, salvo que entres a su recinto, se ve desde arriba. Se inauguró en 1.864 sobre una terraza artificial a 30 metros sobre el mar. 30 metros es aproximadamente la altura de un edificio de 10 plantas pero a pesar de ello cuando el mar está embravecido el viento lleva el agua y la espuma de las olas hasta la torre de tal manera que en 1.915 el temporal arrancó de cuajo la techumbre y parte del primer piso.  Este faro se construyó sobre todo para orientar y dar cierta tranquilidad a la flota bonitera procedente del noroeste y que no veía el del Caballo hasta estar cerca de él. La torre está construida con piedra de la zona, pero se pintó de blanco porque desde el mar se mimetizaba con el paisaje. De su linterna cuelga una válvula solar como recuerdo de la primera automatización de los faros españoles. Esta válvula es un cilindro de bronce ahumado que al calentarse por la acción de los rayos del sol cortaba el suministro del gas acetileno apagando así el faro;  al oscurecer se enfriaba, permitiendo de nuevo el paso del gas. Este mecanismo y otros relacionados con los faros es invención de Gustaf Dalem, quien en 1.912 obtuvo por estos inventos el Nobel de Física. El faro tiene un alcance de 17 millas y ofrece un grupo de tres destellos más uno aislado cada 18 segundos.

Sigue la lluvia y tenemos que bajar, pero aqui es "cuando matan a la muchacha".  Dar la vuelta en una especie de círculo cuyo diámetro es prácticamente igual al largo de la autocaravana es de locos.  Hay un momento en que temo quedarnos bloqueados: delante 30 centímetros entre el parachoques y un muro que evita la caída al vacío; detrás, a otros tantos, la pared de la montaña. De todo se sale, incluso de esto. Cuando llegamos a la playa Lucía dice que está a punto de hacer como el papa: bajarse y besar el suelo.

Ponemos rumbo a lo que será una de las decepciones más grandes del viaje: el faro del cabo Ajo. Este es el punto más septentrional de Cantabria y posee la finca farera más grande la la comunidad montañesa. Pero la decepción comienza 700 metros antes del portalón de la finca. Allí arranca una urbanización que cínicamente se llama el Farón y que se extiende literalmente hasta la misma valla que limita los terrenos del faro. Da la sensación de que éste es un castillo y las casas adosadas un ejercito que lo tiene sitiado esperando su rendición. Por si lo de la urbanización fuese poco el faro está a 250 metros del portalón y es una estructura de hormigón levantada en 1.980 sin más atractivo que dos balcones que lo rodean y una linterna en cuya veleta puede leerse en huecograbado la fecha de 1.930. Tiene un alcance de 17 millas y ofrece 3 ocultaciones cada 16 segundos.  Reseñar que hace años hubo aqui un farero llamado D. Víctor que en sus horas libres enseñaba a leer y escribir a muchas personas del pueblo. No se puede decir que el día vaya muy bien, así que ponemos rumbo a nuestro próxima parada: Santander.


Pocas capitales habrán en este país más contrarias a la presencia de autocaravanas que ésta. Las señales de prohibición están por todas partes. Después de media hora dando vueltas buscando donde dejarla decidimos tomarnos la ley a rajatabla: El ayuntamiento nos puede prohibir acampar pero no estacionar. La diferencia entre una cosa y otra es una cuestión legal: Acampar es estacionar la autocaravana y: Ponerle los niveladores, tener ventanas o puerta del habitáculo abiertas, toldo extendido o expulsar al exterior gases ajenos al motor del vehículo. La solución es no hacer nada de eso, además hoy es fácil: no tenemos niveladores, llueve y todo está cerrado y si cocinamos con no poner el extractor es suficiente. Técnicamente estamos aparcados.

El día mejora un poco y damos una vuelta por Santander, una bonita ciudad. Desde el paseo vemos las olas ocultar el faro de la isla del Mouro. Si en España hay un faro que recuerde a las fotografías de Guillaume Plisson  ese es el de la isla del Mouro.

Este faro, que en realidad es una baliza, está en una pequeña isla en la entrada de la bahía y al edificio se le dio en parte forma redondeada para combatir los embates del mar; a pesar de ello en 1.865 una ola arrancó la linterna y en 1.891 otra quitó la vida a uno de los fareros que entonces vivían en la isla, tardándose 3 días en poder evacuar el cuerpo. Se automatizó en 1.920 y hoy en día se alimenta con paneles solares. La actual linterna se instaló en 2.004 y para su transporte y colocación se utilizó un helicóptero de grandes dimensiones.

En la península de la Magdalena se encuentra la otra baliza de entrada al puerto a la que llaman faro de la Cerda. El nombre no hace referencia a un animal sino a Rafael de la Cerda, ingeniero español diseñador y remodelador de faros, como el de la isla de Ons. En el palacio de la Magdalena veraneaba  entre 1.913 y 1.930 el rey Alfonso XIII. Las malas lenguas dicen que el faro se automatizó en 1.924 para que ni el farero molestase al rey.


Hay mucho bullicio en la zona y decidimos acercarnos al faro de cabo Mayor para pasar la noche. Dentro del recinto no nos permiten pernoctar pero lo hacemos cerca, junto a un camping que en esta época del año está cerrado. Mañana toca ver este faro y seguir rumbo a Asturias.




21 noviembre 2010

Pastillas contra el dolor ajeno.



Puede sonar a broma, pero es una idea tan seria como prometedora.   En el enlace que os dejo  lo explican perfectamente, pero si andáis mal de tiempo os cuento que se trata de unas cajas que contienen 6 caramelos de menta y cuestan un euro y sólo se venden en farmacias. A nosotros no nos quitan ningún dolor del cuerpo, pero ayudamos a que a otras personas que no tienen acceso a los medicamentos les alivie algo. Tú te las tomas y a otra persona le ayuda a vivir. Genial ¿no? 

A quienes tenéis blogs os pido que pongáis, si os parece bien, un enlace a la página, o que comentéis algo sobre el tema. No cuesta nada y corremos la voz.





El viejo farero.

19 noviembre 2010

Para Nela.

Posiblemente ya hayas visto este vídeo, de todos modos es algo tan impresionante que no está de más volverlo a ver. Para todos, y en especial para ti que te gustan los faros solitarios en las rocas en medio del mar.




El viejo farero.


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18 noviembre 2010

De vuelta a la ruta de los faros.


La tengo abandonada desde junio y ahí sigue incompleta la ruta de los faros. Entre otras cosas un proyecto en mente que va tomando forma ha hecho que la deje casi olvidada pero hoy, un correo con un par de fotos me ha sacado de esa dejadez.

Me lo ha enviado el amigo Fernando desde Canarias. Fernando tiene un blog llamado Naturaleza y medio rural que es una maravilla y estando de vacaciones vio este faro de Punta de Fuencaliente, en la isla de La Palma, le hizo unas fotos y se acordó de este blog.

He pensado que ésta que os dejo es un claro ejemplo de dos cosas: el tipo de edificio tan original que es el faro antiguo, hecho supongo con piedra volcánica de la isla (cerca está el volcán de Teneguía) y el desastre que es el nuevo faro: una torre cilíndrica, sin encanto ni personalidad, que se puso de moda hace años y que afortunadamente pasó a la historia.

Quiero dar la gracias a Fernando por dos motivos que él conoce: acordarse de este blog y enviarme las fotos, y por uno que desconoce: darme ese empujoncito para seguir con la historia de mi ruta por los faros de España.


El viejo farero.

07 noviembre 2010

El sabor de ella.


Lleva conmigo tanto tiempo que parece formar parte de mi vida desde siempre, que nunca fui a una tienda a comprarla, que jamás la vi en un escaparate. Es imposible calcular cuantas veces ha hecho esa magia de transformar un poco de agua fría en un café caliente, cuantas veces la ceremonia de quedarme de pie junto al fuego esperando y viendo salir ese líquido negro, preparando la taza, el azúcar, la poquita de leche que le añado, el vasito para el anís dulce, tan pequeño que casi parece sacado de una cocinita de niñas.

Está ya la cafetera vieja, como tantas cosas en este faro, y hace tiempo que comenzó a tener sus achaques. La goma de la junta comenzó a ser un guardia cada día menos severo que iba dejando que el vapor del agua se escapase cada día un poquito más. El filtro del café una tarde de otoño rompió su matrimonio con el cuerpo de la cafetera y los apaños que pretendo hacer entre ellos apenas si duran unos segundos.

Arturo, el de la caja de ahorros del pueblo, lleva meses queriendo que saque una cafetera nueva. Me la regalan, dice, con unos puntos que tengo y que son como los años: los he ido acumulando sin dame cuenta, sin enterarme de que cada vez tenía más. Al final el destino ha jugado sus cartas y me regala una cafetera nueva cuando la mía, la de toda la vida, ya no puede seguir haciendo café. La jubilará, pero ella se quedará haciéndome compañía las tardes de invierno en la cocina.

Esta mañana he invitado a María a tomar café en el faro a media tarde, quería compartir con ella el último que hiciera mi vieja cafetera y el primero que pariese la nueva. ¿Con quién mejor que con ella para compartir un final y un principio? ¿Con quién mejor que con la mujer que ocupa mi mente cada mañana al despertarme y que es el último recuerdo que tengo cada noche antes de dormirme?

Es diferente el sabor de este café que siendo el mismo es otro. Será la costumbre, la fuerza de los años, pero me gusta más el que hace mi cafetera de siempre. Se lo digo a María, ella entiende de café y de máquinas que lo hacen, y me mira con esa dulzura que sólo ella tiene en la mirada, y me cuenta que hay cosas que se impregnan para siempre de un sabor que jamás otro podrá borrar ni sustituir.

Un beso, el sabor de sus labios, la humedad de su boca... Se queda el segundo café frío en la mesa. Otro beso, una caricia, cien besos más... Se acerca la noche y se quedan solas las dos tazas de café en la mesa de la cocina mientras yo sigo impregnándome del sabor de sus labios, de su cuello, de sus pechos, de ella entera.



El viejo farero.