31 mayo 2012

Rumbo a puerto.

Hay cosas en esta vida que parecen no tener sentido, situaciones que no hay manera de justificar, pero siempre hay una razón para todo, aunque algunas veces no la encontremos, no la entendamos o simplemente no la compartamos.

Si os digo que los barcos de Sanlúcar de Barrameda, localidad de la provincia de Cádiz, llevan matrícula de Sevilla alguno de vosotros puede pensar que es imposible. Si os digo que hay barcos que para ir a puerto han de salirse del mar igual pensáis que este farero está realmente viejo. Aún puedo rizar el rizo y decir que el faro de Chipiona, el más alto de la península, pertenece a la Autoridad Portuaria de una capital que ni ella ni su provincia tienen  mar.

Técnicamente el puerto de Sanlúcar de Barrameda pertenece a la Autoridad Portuaria de Sevilla la cual extiende su control hasta el mismísimo faro de Chipiona (incluido). Este faro de recalada es el que marca la entrada al Guadalquivir a los barcos que se dirigen al puerto de Sevilla y frente a él han de fondear a la espera de un práctico del puerto hispalense que los dirija río arriba hasta la capital. Por eso, a pesar de que la provincia no tiene costa su puerto controla el faro más alto de la península, los barcos de Sanlúcar tienen matrícula de Sevilla y los navíos que vienen a nuestro puerto han de salir del mar para llegar a él.

Ayer estuve visitando  el faro de Bonanza, una maravilla de torre obra del ingeniero Jaime  Font. Me acompañaba Septimio Andrés, farero de Chipiona y que tiene una página estupenda sobre el faro donde vive. Este de Bonanza  está fuera de servicio como tal y su estado interior sería mejorable a todas luces, pero se mantiene igual de original y elegante por fuera. Desde su linterna hay unas bonitas vistas del río entregándose al mar, del océano y de Doñana. También, cosas del destino, de esos barcos que se salen del mar y buscan un puerto que está a 50 millas náuticas río arriba. Pero claro, si lo que espera es Sevilla hasta los barcos son capaces de dejar la mar.

Aquí os dejo un imagen del faro de Bonanza, en Sanlúcar de Barrameda, y una serie de fotografías de uno de esos barcos que se salen del mar. Al fondo, en la otra orilla del río el Parque Nacional de Doñana, ya provincia de Huelva.



Desembocadura del Guadalquivir vista desde el faro.


Carguero enfilando el río.


Girando a babor.


El pesquero se desvía para entrar al puerto de Bonanza.


Cada barco sigue su rumbo.


Al fondo el Atlántico y los pinos de Doñana.

Pasando frente al faro camino de Sevilla.



Hoy, más que nunca, saludos desde el faro.

El viejo farero.

29 mayo 2012

El faro de Alejandría.


Alguna que otra tarde, cuando he entrado al bar de María la he encontrado sola, detrás del mostrador, leyendo un libro del que nunca he podido saber su título porque ella, en cuanto me ve entrar, lo cierra y lo lleva a la cocina.  Un par de veces le he  preguntado, pero ella se ríe y me dice que está estudiando cosas.

Hoy María me ha preguntado casi sin motivo aparente  detalles del faro: la potencia de su lámpara, su alcance, el año en que comenzó a funcionar… -Ya no hay oposiciones para farero María, ¿o es que quieres venirte a vivir al faro?- Por un segundo miro sus ojos y sus labios y espero, tontamente, un sí como respuesta a mi pregunta.  Pero María sonríe levemente y me dice que el de Cabo Peñas tiene más alcance, que  el de Chipiona es mucho más alto, y que la Torre de Hércules es muchísimo más antiguo. –Sí, pero éste es el mío.

Es de faros el libro que lee a escondidas. Ha aprendido cosas de su historia, de su funcionamiento, de sus ópticas y de los hombres que inventaron cosas para que su luz llegue más lejos.  También ha aprendido que los fareros somos una especie en peligro de extinción, que algún día seremos historia, que formaremos parte de aquella serie de “oficios para el recuerdo.” También ha aprendido que el faro más famoso del mundo, el de Alejandría, lo mandó construir Ptolomeo II y que encargó su ejecución a Sóstrato de Cnido, y que quiso Ptolomeo atribuirse tan maravillosa obra y que su nombre formara parte del faro y de la historia.

Me cuenta María que el arquitecto grabó su propio nombre, Sóstrato, junto a una pequeña frase en la piedra del faro, después la cubrió con mortero y en él escribió el nombre de Ptolomeo. Los años, la lluvia, el mar y el viento fueron eliminado poco a poco la capa de mortero que se llevó con ella el nombre de Ptolomeo y dejó al descubierto, para la eternidad, el nombre del verdadero autor del faro.

-Eso es lo que tenemos que hacer nosotros farero: escribir sobre mortero nuestras penas, nuestros fracasos, las decepciones que nos da la vida y las traiciones que nos regalan las personas. Los momentos felices, los éxitos, los besos que nos erizaron la piel, la caricia que nos devolvió la vida, la sensación de sentirse querido… eso hay que grabarlo en la piedra. Al final, igual que en el faro de Alejandría, el tiempo termina llevándose  el mortero y lo que en él se escribió, pero lo que está grabado en la piedra, eso permanece para siempre.

Ahora, casi de madrugada, en la soledad del faro, recuerdo las palabras de María. Me siento en la escalera y comienzo a pasar la yema de mi dedo por la piedra de uno de los escalones. Ojalá yo pudiese escribir aquí una palabra capaz de representar lo que siento cuando ella me besa, cuando me mira a los ojos, cuando toma mi mano, cuando me convierto en brisa de otoño y arranco del árbol de su cuerpo las hojas de su ropa… Ojalá  pudiese escribir en esta piedra su nombre.



El viejo farero.

16 mayo 2012

El café porteño de Susana Inés.


Hace unos días se lo decía a ella en su blog: le hablaba de mi mala memoria, de que no recordaba si ya se lo había contado antes y, por si acaso, se lo contaba, tal vez por segunda vez. Ahora, aquí, en la soledad de mi faro, quiero contar la misma historia, un poco ampliada pero igual de sincera. Veréis…  hace un tiempo, cuando los problemas me ahogaban me escapaba a la marisma. Dejaba atrás los pocos pueblos que hay en la carretera y seguía por caminos de tierra unas veces polvorientos, otras llenos de barro y de charcos. Al final terminaba en un lugar donde lo único que oía era el rumor del viento, el canto de algún jilguero, el crotorar de las cigüeñas y en tardes de tormenta los truenos y la lluvia en los charcos, en los esteros… No sé si buscaba la soledad o me buscaba a mí mismo, pero la marisma era una puerta que me permitía entrar dentro de mí, hablar conmigo mismo y dejar fuera al resto del mundo.  Después volvía, siempre despacio, sin prisas; todo era diferente. No volvía más feliz, ni siquiera más contento, simplemente volvía relajado, en paz.

Hace tiempo que no me escapo a la marisma, tal vez porque hace tiempo que no lo necesito. Pero hay ahora otro sitio que, cuando lo visito, me produce la misma sensación, la misma paz, el mismo bienestar. Ahora mi marisma tiene la forma de un blog maravilloso. He cambiado el sonido de la lluvia, el del viento y el del canto de los pájaros por una música que embriaga, que envuelve y atrapa. Y he cambiado el paisaje infinito y  abierto de la marisma, sin montes, sin bosques, sin edificios, por unas letras que rezuman sensibilidad por todas partes. Entrar allí es  entrar en un viejo café porteño. Me siento en una mesa con su tapa de madera vieja y gastada por los años, una luz tenue, una taza de café, una pareja que se besa a escondidas en un rincón, una mujer que canta, que recita, que susurra,  que es un corazón con formas de mujer…  Se llama Susana. Algunas veces no entiendo bien lo que dice pero me sigue gustando su tono, su ritmo. Es como aquellas canciones cantadas en un idioma que no entendemos y que a pesar de ello tarareamos una y mil veces, como aquel cuadro que no sabemos qué representa pero del que no podemos apartar la mirada. Son las letras de Susana Inés.

Si buscáis paz visitad su sitio. Si buscáis ternura id donde ella. Si añoráis sentimientos visitadla. Posiblemente os pase lo que a mí y cuando lo hagáis ya no necesitéis marismas, ni cigarrillos a medianoche, ni  mirar la tele esperando sentir algo al ver una película. Si la sensibilidad mora en un espacio sólo puede ser donde escribe Susana.


Gracias mi amiga porteña por tu puerta a mi interior.

El viejo farero.

12 mayo 2012

Faros de Portugal, y VIII

Mi corazón ha amanecido hoy igual que lo ha hecho el día: éste con unas claridades que buscan abrirse camino entre nubarrones negros, aquel con la ilusión de ver hoy el faro de Santa María, en la isla Culatra, luchando por sobreponerse a la pena de poner dentro de unas horas el cierre a este viaje de ensueño.

A isla Culatra lleva un pequeño barco de pasajeros que parte del puerto de Olhao. En verano va y viene varias veces al día pero en esta época del año, pleno invierno, tan sólo hace un viaje de ida por la mañana y otro de regreso a la tarde.

Como no sabía exactamente el horario de partida me he venido temprano, ahora queda esperar casi 2 horas y me dedico a ver las pequeñas barcas de los pescadores, a tomar un café y a dar una vuelta por el mercado que hay a las orillas del mar y que en otro tiempo debió ser la lonja. Me gusta, cuando visito una ciudad, ver su mercado si es posible. Tal vez sea  que de crío acompañaba a mi madre al de la plaza de la Feria y en cierto modo volver a uno de ellos es volver a aquellas mañanas entre puestos de verduras, con sus bombillas de 60 watios, o la parte del pescado, con lámparas mucho más potente que hacían resaltar a los pobres animales expuestos al público sobre mostradores de mármol blanco.

Disfruto de este paseo en barco, del salpicar de las olas, de las gaviotas persiguiendo a los barcos pesqueros que entran a puerto, de la vista del faro, primero a lo lejos, después un poquito más cerca…

El faro de Santa María se ve desde toda la isla, incluso se ve desde Olhao, y desde el embarcadero hasta su reciento el camino es un paseo entre casas cerradas que seguramente tan sólo se usen en verano o en algunas vacaciones concretas.

Este faro data de 1.851 y fue el primer faro de Portugal en utilizar una lente Fresnel de segundo orden de 700 mm. de longitud focal que daba a la luz un alcance de 15 millas náuticas. Este faro primitivo tenía una altura de 35 metros y su forma era cilíndrica. En 1.922 la torre se recrece y su altura alcanza los 47 metros teniendo entonces su plano focal a 50 metros. A la vez se cambia su aparato óptico por otro con un sistema de rotación más moderno y lámpara de queroseno. Tres años más tarde esta lámpara es sustituida por una de vapor de petróleo incandescente. Pero en 1.929 el faro comienza a tener problemas de estabilidad debido a los cambios realizados y su asentamiento sobre un suelo poco firme y se realizan unos trabajos de afianzamiento instalando a todo lo alto de la torre y por su parte exterior unos pilares y tirantes de hormigón que terminaron dándole el aspecto tan particular que tiene hoy en día, aunque su historia es muy parecida a la del faro español de Trafalgar.

A medida que pasan los años el faro sigue modernizándose y en 1.949 es electrificado con la instalación de generadores y se cambia el sistema de lentes para convertir el faro en aeromarítimo. En 1.995 hay que volver a consolidar  la torre. En esta ocasión la linterna ha de ser desmontada y para no dejar el faro fuera de servicio es instalada durante varios meses sobre un andamio. En 1.997 se rematan los arreglos automatizando el faro y en 2.001 se desinstalan los paneles que lo hacían aeromarítimo dado que ya no era de interés al modernizarse el aeropuerto de la cercana ciudad de Faro.  Hoy en día el faro de Santa María ofrece 4 destellos blancos cada 17 segundos y su alcance es de 25 millas náuticas.

He hablado un ratillo con el farero y como buenamente he podido le he contado mi aventura. Me dejaría subir a la linterna, pero me cuenta que el faro tiene más de 200 escalones y que cada tarde tiene que subir a descorrer las cortinas que protegen la óptica. Si quiero verla tendré que esperar a esa hora, pero el barco que ha de llevarme a Olhao parte antes y perderlo conlleva tres problemas: primero  tendría que volver  en una lancha que hace las veces de taxi y cuyo precio se sale de presupuesto, segundo llegaría tarde a ver el faro de Vila Real, ya de noche y tercero retrasaría más de la cuenta la llegada a casa donde empiezan a esperarme para cenar y para que les cuente las cosas más significativas de este viaje. Tal vez en verano que hay más barcos entre la isla y Olhao sea buen momento para quedarse y subir.

El día parece que quiere ser fiel reflejo de mi estado anímico: durante el tiempo que he estado en la isla el sol lo ha inundado todo pero ahora, en el barco, la tarde se está volviendo gris y fría… triste.  Es ese frío, me digo a mí mismo, el motivo de parar junto al puerto a tomar un último café portugués, pero es también el no querer que este viaje termine, el deseo de alargarlo un poco más, de mirar otra vez el mar, el puerto de Olhao, el faro de Santa María.

El faro de Vila Real do Santo Antonio es el faro más oriental de todos los faros portugueses y está muy muy cerca de Ayamonte. Tanto es así que está más cerca de territorio español que del mismo mar. Del faro a la costa hay más de 1.600 metros, del faro a la frontera con España menos de la mitad: 750 metros. Curiosidades de la vida.

Este faro comenzó a funcionar en enero de 1.923 tras muchos años de discusión sobre el método de construcción ya que se encuentra sobre un lecho arenoso.  Es una torre cilíndrica de 46 metros de altura, de color blanco con unas estrechas franjas horizontales en negro y la linterna, como siempre, pintada de rojo. Su plano focal está a 52 metros sobre el nivel del mar.
En 1.927 el faro se electrifica a través de unos generadores y 20 años más tarde es conectado a la red pública de electricidad, es entonces cuando la vieja maquinaria de relojería que propiciaba el giro de la lente es sustituida por un motor. En el año 1.960 se le instala un ascensor y en 1.983 la lámpara de 3.000 watios que usaba es cambiada por una de 1.000 que ofrece un alcance de 26 millas náuticas y da un destello blanco cada 6,5 segundos. Seis años después el faro se automatiza y se queda sin fareros.
Acaba de empezar diciembre y la tarde se vuelve tremendamente fría. Regreso al coche a paso lento y guardo la cámara con la misma lentitud.


EPÍLOGO:
Se ha terminado la ruta de los faros portugueses, uno de los viajes más maravillosos de mi vida. Podría resumir este viaje con una serie de números: decir que han sido más de 2.600 kilómetros, que han sido 8 días, que han habido mil paisajes diferentes  o que han sido más de 30 los faros que he visto y 3 a los que he entrado. Pero las cosas no siempre se pueden expresar en números. ¿Cómo os cuento los nervios de la noche anterior a la partida? ¿Cómo hago para que imaginéis aunque sea remotamente la emoción al ser invitado a subir al primer faro, a ver su alma? ¿Y ver el mar desde allí arriba como sólo  lo ven el faro y el farero?
Han sido faros de más de 50 metros y faros que apenas si pasaban de los 10. Faros de obra y faros de hierro, faros con fama mundial y faros completamente anónimos y desconocidos. Torres cilíndricas, torres cuadradas… faros en una playa, en un puerto, sobre los muros de una fortaleza o asomados a un acantilado. Ha sido un farero desagradable y varios que eran todo generosidad.
El viaje físico, el que se cuenta en kilómetros y en días, terminó la noche del 2 de diciembre cuando entré en Sevilla, pero hay otro viaje que aún sigue en marcha. Es un viaje de recuerdos preciosos, de sonrisas que se escapan sin que las controle cuando de repente me viene a la cabeza uno de los cientos de momentos vividos en Portugal, cuando escribo esta historia, cuando copio una de las cientos de fotografías que hice para compartirla con vosotros.
Los faros son lugares mágicos, son lugares de encuentro: de la tierra con el mar, de la oscuridad con la luz, del hombre con la naturaleza, de paisajes limitados por montes con paisajes de un azul infinito.  Los faros no son solamente la torre que sostiene la linterna, no son una luz que gira o hace guiños cada noche, los faros son mucho más: Son el acantilado al que se asoma y la soledad, son el amigo callado que siempre está ahí para ayudar. Es imposible llegar a un lugar donde hay un faro y no mirarlo, no sentir cierto interés por sus formas, por su luz, por cómo será por dentro. Y de esto, de cómo son algunos faros por dentro, os hablaré en breve. Conocía de esa manera 3 faros españoles, 2 de ellos son los 2 únicos faros visitables de España y para entrar tan sólo hace falta pagar una entrada, son la Torre de Hércules y el de Chipiona, pero hay personas generosas (Mario, Rafael, Pepe, Belén y José Ramón) y gracias a ellas hoy son 12 los faros a los que he tenido la suerte de subir. De todos ellos, además de la vivencia, me he traído fotografías de sus escaleras que también compartiré con vosotros.
A quienes habéis seguido esta ruta, mil gracias; a quienes os gustan los faros una sugerencia: Id a verlos.



El viejo farero.


05 mayo 2012

Faros de Portugal, VII


El desayuno en el pequeño comedor del hotelito es la despedida de esta esquina del mundo. Las calles de Sagres están desiertas y más que circular paseo por ellas. No es que Sagres tenga en sus edificios nada de especial, pero es Sagres: la puerta del Cabo San Vicente. Dejarla es dejar atrás un sitio mítico para mí.

Hoy el primer destino es a la entrada de la ciudad de Lagos, un lugar llamado Ponta da Piedade.  Ponta Piedade es una zona costera de acantilados y grutas.  Es una especie de transición entre los acantilados de Cabo San Vicente y las playas Albufeira o Faro.   Aquí hay pequeños barcos que ofrecen paseos junto a la costa, adentrándose algunas veces por arcos que el agua y el viento han ido labrando en esta piedra arenisca. Y aquí está también el faro de Ponta da Piedade.

La primera sensación que produce este faro, al menos a mí, es de soledad y abandono. Es un edificio de planta rectangular de color amarillento y adosada al mismo está la torre, cuadrada, de mampostería, con linterna pintada de rojo.  A cada lado del edificio según se mira desde la entrada se alzan dos palmeras que con el paso de los años han terminado superando en altura al mismo faro y ahora parecen escoltarlo y cuidarlo.  Todo el recinto está rodeado por una alambrada que le da cierto aire de prisión, de zona prohibida, de esos sitios en los que algo te impulsa a desobedecer el mensaje y entrar.

El faro es relativamente moderno ya que data de 1.913 y se edificó sobre las ruinas de la ermita de Nossa Senhora da Piedade. Comenzó a funcionar con un sistema óptico de 4º orden que emitía  un grupo de 5 destellos cada 10 segundos utilizando petróleo.  En 1.923 la luz pasa a ser de ocultaciones ofreciendo una ocultación de de 2,5 segundos cada 69.5 segundos.   Ya en 1.952 el sistema de petróleo es sustituido por una lámpara eléctrica y el faro se conecta a la red pública obteniendo entonces un alcance de 15 millas náuticas que más tarde se ampliaría a 18.  El faro fue automatizado en 1.983, tiene una altura de 10 metros y su plano focal se encuentra a 51, su alcance es de 20 millas y ofrece un destello de luz blanca cada 7 segundos.


Es imperdonable estar en Ponta Piedade y no sentir el vértigo que produce asomarse a sus acantilados o tomar el sendero, lleno de escalones, que baja hasta el mismísimo mar, a una mínima plataforma de hormigón diseñada para embarcar, cuando el mar lo permite, en uno de esos barquitos que te enseñan el acantilado desde otro punto de vista. Y a eso y a hacer fotografías me dedico durante un buen rato. Después toca subir lo bajado, volver a las puertas del faro y coger el coche para seguir el camino.

50 kilómetros al este del Lagos el río Arade desemboca en el mar formado un pequeño estuario en cuya orilla derecha está el puerto de Portimao y en la izquierdo el pueblecito de Ferragudo.  Un poco más adelante, en un saliente de la costa, está el faro de la Ponta do Altar.  Llegar hasta él se me  ha complicado más de la cuenta debido a una urbanización nueva de la que no terminaba de salir. Al final alguien me indica el camino (Martita me tenía loco y siempre volvía a la misma calle sin salida). 

La visita a este faro la salva el paisaje que se ve desde el saliente en el que se encuentra. El faro en sí es uno de los más sosos del viaje, rodeado con otra alambrada como el de Ponta Piedade, supongo que al estar automatizado y no tener farero el vandalismo comienza  a hacerse notar. Por si fuera poco junto al faro hay una torre de comunicaciones inmensa y fría que lo empequeñece más aún. Le hago un par de fotos y me voy a ver el mar, Portimao, la desembocadura del Arade y una playa cercana.

El faro de la Ponta do Altar tiene una altura total de 10 metros y su plano focal se encuentra a  32. Comenzó a funcionar en 1.893.  Tiene un diseño poco frecuente entre los faros portugueses ya que está formado por un edificio rectangular de una sola planta, pintado de blanco y esquinas de mampostería,  con tejado a dos aguas de teja roja y arrancando de uno de sus lados una pequeña torre cuadrada rematada por una linterna pintada de color rojo.

Este faro, al igual que el de Ponta da Piedade, se automatizó en el año 1.983, su óptica está formada por una lente Fresnel de 5º orden que tiene un alcance de 16 millas náuticas ofreciendo un destello blanco cada 5 segundos.

Ya solamente me quedan 3 faros por visitar en este viaje. En condiciones normales podría verlos todos hoy pero uno de ellos está en una isla, la de Culatra, frente a la población de Olhao y el barco que lleva hasta allí en esta época del año solamente sale del puerto de Olhao una vez al día, a las 10 y media de la mañana así que hoy toca hacer noche cerca de Albufeira y mañana  ir a la isla.  Y como hoy solamente queda que ver el faro de Alfanzina y tengo tiempo de sobra aprovecho para visitar un pequeño pueblecito de la costa: Carvoeiro.

Carvoeiro tiene una pequeña playa en la que también se ven pequeñas barcas de pesca.  A uno y otro lado de la playa hay unos cerros, edificados, por los que suben las calles y un camino que va dando continuamente primero a la playa y después al mar.  Desde aquí arriba hay unas vistas preciosas y aunque el camino, haciéndolo a pie, es un poco duro, merece la pena.  Al bajar hago una paradita para tomar una cerveza y después en una tienda de recuerdos encuentro dos apliques para poner en la pared. Sí, son dos faros.

A menos de media hora de camino está el último faro de hoy: Alfanzina. En 1.913 comenzó a estudiarse su ubicación, después de ver varias posibilidades se optó por este promontorio rocoso y en 1.920 el faro comenzó a funcionar. Tiene, adosada a los edificios de servicio,  una torre cuadrada de mampostería de 23 metros de altura  que da al faro un plano focal de 56 metros. Está rematada por una linterna pintada de rojo con un aspecto muy parecido a la del Cabo San Vicente, aunque bastante más pequeña. 


 En 1.952 se ampliaron las instalaciones y se construye una casa para el farero. Al faro llevaba un camino de tierra que en días de invierno lo dejaba aislado hasta que en 1.961 se arregla y se asfalta convirtiéndolo en carretera, pero tendría que esperar hasta el verano de 1.980 para ser conectado a la red eléctrica. Al año siguiente se automatiza y hoy en día tiene un alcance de 29 millas náuticas ofreciendo 2 destellos blancos cada 15 segundos.

A  tiro de piedra casi de este faro se encuentra una de las playas más pequeñas, bonitas y originales de cuantas conozco: la playa do Carvalho; pero hace unos años cuando  la descubrimos de manera accidental y, por sus características, Lucía, mi hija, la bautizó con el nombre de “Playa de los Piratas”. Y ese es el nombre que pone el bote de cristal donde guardo una poquita de su arena y que forma parte de esa colección de arenas de playas, la inmensa mayoría visitadas y unas cuantas regaladas, que ya pasan de 70.

La playa de los Piratas es una pequeña entrada del mar en la tierra. Quitando la parte que da al mar el resto está completamente rodeada por un acantilado vertical. Lo más original de ella es su acceso. Para llegar a la arena no hay que bajar por las paredes, es imposible, no hay camino; para llegar a la playa hay que ir hasta lo que sería su parte trasera; allí un túnel excavado en la piedra arenisca y cuyo suelo es una escalera nos lleva a la orilla del mar. Si alguna vez estáis cerca de esta zona buscad la urbanización Atlántico Club, cerca del faro de Alfanzina. Una vez comienza la urbanización solamente hay que seguir la calle hasta el final, termina en una pequeña placita y al fondo, en el lado izquierdo, arranca el camino que lleva a la playa de los Piratas. No os arrepentiréis si vais.


Cerca de Albufeira está el hotel donde pasaré la última noche en Portugal en este viaje. Mañana toca el único faro de todos los de esta ruta que está en una isla. Después Vila Real do Santo Antonio, el último.